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Tanta fue la generosidad del hombrón, que ayer lanzó unos dos mil aviones que en su total sumaban dos mil dólares. El empresario, de 27 años, grabó todas las imágenes desde su balcón y explicó luego que los hacía para “divertirse y crear una atmósfera festiva” durante una reunión de trabajo.
El muchachote aseguró que le gusta lanzar billetes pero reconoció a que tuvo que disminuir la cantidad porque estaba provocando altercados entre las personas. Según publicaciones rusas, Pavel Durov tiene un patrimonio cercano a los 260 millones de dólares.
Sobra decir que las críticas no se hicieron esperar atribuyendo a este acto una “notable crueldad”. Durov respondió que su intención era generar una “atmósfera festiva” y que cesó de hacerlo en el momento que vio a “la gente transformarse en animales”. Sin embargo, también advirtió que “habrán más de estas acciones”.
Pero mas allá de condenar el patético gesto de este empresario, lo cual se presenta como una reacción automática, resulta interesante analizar lo que este acto representa a nivel simbólico: un clímax del cinismo por parte de una clase que se beneficia de la jodidez de la gran mayoría de la población.
A sus 27 años y con una fortuna valuada en $260 millones de dólares, el torpe Durov inconscientemente acelera la posible extinción de esta tribu, la elite financiera, suceso masivamente deseado a partir de la indignación consciente de millones de personas (llámense ‘ocupistas’ estadounidenses, parados españoles, o universitarios mexicanos).
Y con el riesgo de pecar de optimista creo que podríamos estar ante el próximo declive de un sistema socioeconómico que ha fomentado los peores aspectos de la naturaleza humana (ambición, avaricia, competencia, injusticia, etc).
Y al enterarme de este gesto bufonesco por parte de un nuevo rico ruso que, quizá sin saberlo, encarna a la perfección la faceta más condenable de este fenómeno social llamado el 1%, el cinismo, no pude evitar considerarlo como una espontánea señal: la suerte está echada, la ruta de extinción de oligarcas y corporaciones, de voraces banqueros y economistas, es más clara que nunca y podría, con un poco de suerte, consumarse a la brevedad.
Mientras Durov y sus amigos se divierten manufacturando avioncitos de billetes, millones de personas están enfocando su energía y su intención en forjar un rediseño del actual escenario, un a misión cuyo cumplimiento podríamos estar celebrando más pronto de lo que imaginamos.
Y sin ánimo revanchista, el cual a mi juicio condenaría la “nueva era” que intentamos construir, ojalá en unos meses pudiésemos agradecerle a este empresario el que sus aviones de papel hayan contribuido a este despertar. Y para concluir solo quiero recalcar que si bien un amanecer dorado parece perfilarse en el horizonte, también sería bueno aclarar que es lo que tenemos pensado hacer para resonar con este ‘nuevo’ sol.
Pero mas allá de condenar el patético gesto de este empresario, lo cual se presenta como una reacción automática, resulta interesante analizar lo que este acto representa a nivel simbólico: un clímax del cinismo por parte de una clase que se beneficia de la jodidez de la gran mayoría de la población.
A sus 27 años y con una fortuna valuada en $260 millones de dólares, el torpe Durov inconscientemente acelera la posible extinción de esta tribu, la elite financiera, suceso masivamente deseado a partir de la indignación consciente de millones de personas (llámense ‘ocupistas’ estadounidenses, parados españoles, o universitarios mexicanos).
Y al enterarme de este gesto bufonesco por parte de un nuevo rico ruso que, quizá sin saberlo, encarna a la perfección la faceta más condenable de este fenómeno social llamado el 1%, el cinismo, no pude evitar considerarlo como una espontánea señal: la suerte está echada, la ruta de extinción de oligarcas y corporaciones, de voraces banqueros y economistas, es más clara que nunca y podría, con un poco de suerte, consumarse a la brevedad.
Mientras Durov y sus amigos se divierten manufacturando avioncitos de billetes, millones de personas están enfocando su energía y su intención en forjar un rediseño del actual escenario, un a misión cuyo cumplimiento podríamos estar celebrando más pronto de lo que imaginamos.
Y sin ánimo revanchista, el cual a mi juicio condenaría la “nueva era” que intentamos construir, ojalá en unos meses pudiésemos agradecerle a este empresario el que sus aviones de papel hayan contribuido a este despertar. Y para concluir solo quiero recalcar que si bien un amanecer dorado parece perfilarse en el horizonte, también sería bueno aclarar que es lo que tenemos pensado hacer para resonar con este ‘nuevo’ sol.